Nuestro buen amigo Nicolás Contreras comparte con nosotros su punto de vista sobre esta fiesta de brujos y brujas, implantada en nuestra realia y que de una u otra forma trastoco nuestro imaginario.HALLOWEEN: COMERCIO Y ALIENACIÓN CONTRA LA TRADICIÓN DEL ÁNGELES SOMOS EN EL CARIBE COLOMBIANO. La noche de hoy 31 de octubre de 2012, muchos niños y niñas saldrán con sus réplicas de calabazas, vestidos con esqueletos estampados y en fin, disfraces de héroes gringos, antihéroes al sur de Abiayala/América o brujas de una extensa gama de macabras y macabros, casi todos "Made in China", recitando de puerta en puerta: "Triqui triqui/Halloween/quiero dulces para mí/si no hay dulces para mí/ se te crece la nariz"; incluso muchos de los niños, jóvenes y adultos nacidos al final de los años 70, jurarían como me dijo un día un estudiante, en una encuesta que hice para el año 2009 en mi práctica etnoeducativa, que esa era una tradición mundial, lo cual hoy por hoy es bastante cierto.
Iba vestido con su camiseta color naranja, pantalón negro y con el disfraz que recién compraba en la tienda para esa noche, al igual que muchos en toda la nación, inmersos en la presión del consumismo y del marketing, que los lleva a endeudarse para complacer a los hijos o al grupo social, con el disfraz y la parranda importada, vivida con la irracionalidad de una pasión, proporcional a lo mucho que se ignora de sus orígenes, como sucede en muchas personas de estratos populares.
Pero yo a mis 47 años, puedo dar fe que no siempre eso fue así, que nosotros en la región Caribe de Colombia, teníamos nuestra propia fiesta y con nuestras propias lógicas, productos de nuestro mestizaje - la cual hoy gravita culturalmente moribunda en algunos pueblos - a diferencia de estas celebraciones originarias del mundo celta, anglosajón y teutón, cuyas iglesias cristianas (católicas y reformadas), tuvieron que recurrir una vez más a la costumbre de empotrar o imbricar en la fecha de una fiesta pagana, una fiesta con motivos cristianos.
En este caso, me refiero a las tradiciones mágicas y brujeriles de la antigüedad más remotas, de Celtas, bretones y germanos (Sanheim, Calam Gaeaf, Walpurgis, año nuevo celta, etc.), las cuales incluían sacrificios humanos, que ahora los satanistas urbanos recrean y recuperan con los niños mal puestos por padres descuidados - o abandonados- en las grandes y medianas urbes del país, donde se ha hibridado - como diría García Canclini (1990)- o mestizado a su vez, con las creencias brujeriles y satanistas criollas.
En 1972 a mis siete años por aquel entonces, mi memoria recuerda en el Tolú (Sucre) de mi infancia, recién mudado al marco de la plaza del pueblo -rompiendo una tradición racista de siglos- cuando el mercado público estaba a la orilla del mar, en toda la avenida primera con carrera cuarta donde ahora funciona el moribundo mercado de San Andresito, con sus colmenas en decadencia comercial hoy, a diferencia de los tiempos de gloria del lejano Maicao de años que no volverán, cuando llegaban los grupos de niños y mozalbetes con un cántico de procedencia hispano (andaluz me dijo un día Alfredo de la Espriella en Barranquilla), que aún dice así:
“Ángeles somos/del cielo venimos/pidiendo limosnas p’a nosotros mismos […]”. Y sí el dueño del negocio no acudía a tiempo, o definitivamente ni se movía, los niños entonando el coro con más estridencia, azotando el suelo con ramas de matarratón – un arbusto actualmente en Tolú casi desaparecido- volvían a la carga: “No te dilates, no te dilates/saca el bollo del escaparate/Aguardiente y vino p’a Marcelino/Aguardiente y ron p’a Marcelón”. Y se remataba en estos casos con un coro mordaz: “Esta casa es de ají/donde viven los cují (tacaños)”. Sí eran mujeres: “esta casa es de aguja/donde viven todas las brujas”…Pero cuando recibían el regalo, el coro recitaba: “esta casa es de arroz/donde vive el niño Dios”…
¿Pero que regalaban en esa época? Allí está un detalle clave que además de ayudarnos a comprender lo que ha pasado con esta tradición, permite lecturas sobre el devenir económico del país en los azares neoliberales y cómo esos devenires entre otras causas, convertidos en valores y formas ideales de comportamiento, promocionados en todas las formas de escolaridad y por todos los medios privilegiados, conspiraron contra esta tradición sin proponérselo; propiciando la pérdida de espacios socioculturales para nuestra fiesta, ante el foráneo Halloween. Pero antes habría que ilustrar, cómo se producían esos “regalos” que se ofrecían a las romerías de niños, por las calles polvorientas de los pueblos del Caribe Colombiano, como el Tolú de mi infancia:
En esa época, en que predominaba una economía agrícola, la mayoría de los vecinos eran campesinos, pequeños ganaderos rodeados por algunos focos latifundistas. Ellos iban a la roza (parcela) a realizar labores agropecuarias; o en el rol de pescadores en sus botes partían a pescar en un mar no contaminado por las sucesivas empresas petroleras como la SAGOC (South American Oil Company), OXY y Ecopetrol. No había estallado un turismo carente de planificación, agudizado por un alcantarillado mal hecho, que sumaría también otra fuente de amenaza contaminante al mar, que daba abundante pesca. Tampoco había aparecido la pesca industrial de arrastre liderada por empresas como Vikingos y Océanos (entre otras), que en buena parte han acabado con las zonas de pesca artesanal.
De esas labores los vecinos regalaban a los niños y jóvenes, yuca, ñame, plátanos, ají, puños de arroz, trozos de caña de azúcar, mazorcas, arroz en bolsas de papel (o por libras no como el empacado de ahora). Sí eran tiendas te regalaban libras de hueso, carne salada, mondongo…En fin, te regalaban para que te prepararas un sancocho, en el cual las barras exclusivamente de jóvenes y niños, porque las niñas eran muy escasas, salían a un solar de un vecino, o a los patios toludeños tradicionales con sus traspatios, a hacer un sancocho, en ocasiones con la asesoría de mamá o de un adulto, que les iba diciendo como preparar el cocimiento que era repartido entre los festejantes del “día de los angelitos”, cada primero de noviembre: ¡Esa era nuestra fiesta!
¿Qué pasaba en esa época económicamente, que les permitía a las personas de los estratos populares, regalar bienes de consumo principal en la canasta familiar, que ahora parecerían demenciales? Esta pregunta es pertinente, porque pone en duda los discursos del desarrollo, modernidad y el futuro de prosperidad galopante, desde los tiempos de Misael Pastrana, pasando por el “bienvenidos al futuro” de César Gaviria que detonó el estado privatizado y concesionado en los años 90, hasta Pastrana Jr., Uribe (I y II) y Santos hoy día, que lo han agudizado agresivamente contra unos estratos populares, que a su vez los han premiado con grandes mayorías políticas, pese a que les han recortado los sueldos, amparados en un discurso con gran respaldo mediático, ante una izquierda que no ha sabido hasta el momento, descifrar y superar los retos del establecimiento.
Primeramente, la economía de los pueblos y buena parte de la región no estaba articulada con la economía nacional, que en esos momentos, tenía procesos de sustitución de importaciones, por lo tanto la ANDI (Asociación Nacional de Industriales) no era un adorno de nombre para fomentar hoy la maquila de los TLC, no se pensaba importar alimentos, Colombia era potencia agropecuaria; y en el caso de Tolú, que ya empezaba a desviarse de su tradición productiva, abandonaba inexorablemente la actividad agropecuaria, ante el prometedor contrabando desde Panamá al sur; y hacia Maicao al norte, adoptando unos ideales urbanos de "ganar plata sin maltratarse", pese a que aún tenía los cinturones agrarios de Las Pitas al norte y del Palmar al sur oriente– hoy convertido en barrio.
Para el norte, San Onofre y María La Baja a mediados de los años 80, protagonizaban una nueva bonanza arrocera, que fortaleció productos de pancoger a precios irrisorios, para el consumo interno. Al sur San Antero y Moñitos abastecían de plátano, coco y ñame, entre otros al Tolú que se abría al turismo, complementando el ingreso con las remesas de los colombianos que en gran masa se marchaban a la siempre boyante Venezuela petrolera, por las trochas y desafiando los maltratos y los asesinatos de hacendados al sur del lago y de la guardia nacional, quienes desde la cuarta república, instauraron a sangre y fuego hasta no hace mucho, una esclavitud remozada, hoy santificada por los sacerdotes mediáticos de la SIP. En el año 72, fecha que me confirma también para Barranquilla el profesor e investigador Martín Orozco Cantillo, se comenzaba a introducir desde los American School y desde los Centros Colombo-Americano, las costumbres de Halloween, que tuvieron un eco rápido en los colegios alemanes.
Y eso que empezó a ser promocionado en la televisión nacional- es decir desde Bogotá- a través de los escasos receptores a blanco y negro que Tolú poseía en 1974, como “La noche de los niños” o “la fiesta de los niños”, sobre la base de una marca de luces de bengala (Chispitas Mariposa), irrumpió más tarde como "La Noche de Brujas" -fiel a su origen foráneo- con su cántico pegajoso: triqui, triqui, Halloween/quiero dulces para mi/ si no hay dulces para mí/se te come la nariz”. Pero algo comenzó a sonar nacionalmente para el comercio; se había detectado un enorme mercado colateral- que para la tradición traduciría daño colateral cultural irreversible- que la fiesta extranjera traía consigo: un mercado jugoso de regalos, disfraces, fiestas para adultos y niños de todas las edades, un negocio redondo, que a los medios rebotaba en una tupida y diversificada pauta publicitaria.
El marketing de William Stanton (1982) comenzó a adaptarse e implementarse por los tecnócratas criollos y agencias como Leo Burnett, no solo mediante un creciente merchandising criollo unas veces, sino estudiado fríamente muchas veces, para ser ejecutado como publicidad en el punto de venta, hacia un fin último, como era el desarrollo de las “cuatro P”: precio, plaza, producto y promoción. Desde estas nuevas perspectivas del negocio, empezando por el vestido, comenzaba perdiendo la fiesta nativa con la foránea, pues mientras para el "Ángeles Somos" - donde el comercio debía regalar comida- no había que comprar ropa especial, ni disfraz ni algo por el estilo, bastaba con los viejos pantalones cortos, camisas anudadas con el famoso nudo de perro y nada más; en tanto que para el Halloween se abría el mercado jugoso de los disfraces, caso en el cual, el Halloween contó con la tradición de los capuchones en el noviembre próximo, que empezaba celebrando la independencia de Cartagena, que le sirvió de colchón lúdico y festivo.
Hasta los moteles vieron en este jugoso “producto de consumo”, una tajada y desde la radio y los clasificados, así como ya habían sido articulados otras fechas como el día de la secretaria, el día del amor y la amistad y la navidad, para el Halloween criollo- en Barranquilla por ejemplo- surgieron ingeniosas promociones que “vacilaban” o incitaban a los amantes con mensajes de este tipo: “llévate a tu brujita para el Sueño del Faraón, te garantizamos pista especial para escobas”, “El Maracaná te espera con una pista atlética para que aterrices con tu brujita” o “Tráetela con escoba y todo para la Cangreja”(en este caso un famoso motel de Cartagena).
La suerte del día de los angelitos estaba echada como tradición masiva en la Región Caribe, no era más que tirar números, para caer en cuenta que el Halloween era más rentable: sólo había que invertir el anzuelo de dulces para los niños, lo cual sacaba a los adultos de una, y como había anotado antes, era mucho más barato y deseable que regalar libras de carne, hueso y bastimento (ñame, plátano, papa, verduras y hortalizas) para el caso del “Ángeles somos”, una tradición que cuando mucho, se extendía en exclusiva para parrandas de machos solos, las veces que los adultos, generalmente padres de familia, de día se metían de avivatos a pedir, incluyendo botellas de ron, que luego eran tomadas con el picó o “sound system” (equipo de sonido trabajado con conceptos de etnotecnología o tecnología popular), caso en el cual, se hacía más atractiva la tradición foránea, en la cual no se regalaba el ron, sino que se podía vender como hoy, no sólo de día, sino de noche.
Para una moral y una nueva lógica del consumo que se promocionaba desde postulados neoliberales en las aulas tradicionales y en las aulas mediáticas o de escolaridades residuales (Martín-Barbero 1998), que ya estaban en pleno proceso de fomento de los valores del individualismo o de la mezquindad a finales de los años 80, era ilógico que en condiciones de precarización del empleo que empezaban a tomar pista, se regalarán muchas canastas familiares - que era lo que pasaba con el "Ángeles Somos" o "Fiesta de Angelitos"- como si se tratara hoy día de una suerte de plan de ayuda a pobres desde los pobres, como sucede actualmente: en otras palabras, la tradición local era una suerte de “Familias en Acción Endógeno”, el programa de asistencialismo “bueno” y populismo “bueno” de los gobiernos del consenso de Washington- según los medios masivos privados del sistema, adscritos a la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa).
El Halloween, había dado un jaque mate sostenido al “Ángeles Somos” o “Fiesta de Angelitos”, del cual hasta en el Atlántico, donde se hacía el famoso “bollo de angelito”, un envuelto de yuca, con queso rayado, coco, clavo y canela, envuelto en el cascaron del maíz que lo cubre en su cocción y venta, dejó de pertenecerle y entrar en las lógicas del consumo de navidad y prenavidad, porque ya hasta las emisoras de cadena, para estimular el consumo permanente, comienzan a rayar un jingle o promocional que dice: “en octubre se siente, que ya viene diciembre”...Y con adaptación para el mes siguiente.
Ante esto, el “Ángeles somos” se aferra a los casi siempre inútiles jornadas por el “rescate de lo nuestro”, en el mejor de los casos, las cuales, igual que el huevo crudo, se quiebra contra la pared de acero, de los valores del consumo, la mezquindad disfrazada de individualismo, y la desarticulación con un modo de vida y producción que logró unificar no en el desarrollo, sino en la dependencia y en la miseria transnacionalizada, al país en casi todos sus rincones.
Descanse en paz, en el pasado solidario de otros tiempos arroyado por la tacañería forzada de la miseria; descanse en paz esa que fue nuestra fiesta de la infancia, en el campo arrasado por la seguridad democrática paramilitar y el TLC de los tres huevitos de Uribe y Santos, esa fiesta de angelitos que muy seguramente...No volverá jamás como antaño a ser puesta en escena, pues sus espacios y vivencias que le dieron sentido, fueron ahogados por todas las formas de educar al colombiano para despreciar lo propio y acoger lo ajeno, sobre todo si no se habla en español; así ese Halloween ahora lo digan en español, miríadas de niños y niñas y jóvenes en Medellín, con un coro, tal vez a propósito de unos diálogos de paz, que empiezan como una débil velita en la tempestad guerrerista de los medios privados afiliados a la SIP: “quiero paz, quiero amor/deme un dulce/por favor”.
Lecturas de referencia:
García Canclini, Néstor (1990). Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. Editorial Grijalbo.
Martín- Barbero, Jesús (1998). De los medios a las mediaciones. Siglo XXI Editores/Convenio CAB.
Orozco Cantillo, Martín; Soto Mazzenet, Rafael (1983). Carnaval, Mito y Tradición. Ediciones Cultura Caribe.
Stanton, William (1980). Marketing. Editorial Mac Graw Hill.
4 Comentarios:
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