Llegaron de noche. Sembraron de bengalas el terreno y empezaron a levantar las barricadas que al día siguiente dividiría la ciudad en dos. Eran kilómetros y kilómetros de espacios metálicos cerrados a la vista de todos. Solo había que esperar a que llegaran quienes los iban a ocupar para que todo estuviera consumado.
Con la luz del sol una larga fila de seres uniformados entraban pacientemente a la que seria su prisión. No renegaban, no protestaban, entraban y dóciles ocupaban sus puestos. El sol era inclemente pero a ellos no les importaba. Fijaron su vista hacia el frente, donde una larga manga de concreto hervía. Todos estaban a la espera.
Cuando los acordes de una música lejana retumbaban cerca a su corazón entendieron que el momento había llegado. Todos al mismo tiempo se levantaron para no sentare jamás. El Carnaval había llegado.
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