A raíz de una polémica generada por artículos o mas bien por la ilustración de artículos de dos afamadas revistas que involucran una carga alta de segregación, racismo, uso de la mujer posteamos esta colaboración enviada por Nicolás Ramón Contreras Hernández .
¿Qué triunfo y qué elogio puede haber en igualarse al opresor? ¿Es esta la forma de de ser humanamente diferente al agresor histórico criticado? ¿Qué victoria puede haber en igualar en sevicia simbólica al opresor/criminal?
¿Acaso nos agredió un pigmento y un biotipo y no un sistema socioeconómico de producción desde el siglo XVI? ¿Cuándo seremos capaces de superar el pigmento y la versión histórica maniquea del blanco malo y el negro bueno? Estas son las preguntas que me asaltan al ver la misma vaina, pero con diferentes actores, propuesta por la Revista Soho, en respuesta al dislate de la Revista colonial y monarcófila española Caras, cuando publicaron las igualmente ofensivas fotos de las multimillonarias caleñas en una mansión copietas de "Beverly Hills", humillando como objetos decorativos a dos domésticas afroabiayalenses del Pacífico. La respuesta que veo, se podría definir como una mutación criolla del síndroma sionista con fascismo agregado y encarnado en el estado de Israel.
Y lo llamo el síndrome sionista, porque guardadas las proporciones, nos hemos prestado para instrumentalizar otra agresión igual, ya no al ideario de las señoras mucha plata de Cali y su sistema de dominación, sino a la mujer más allá del color, que por consecuencias del desplazamientos y otros valores agregados siniestros del neoliberalismo, todos conducentes a la miseria, permiten seguir reafirmando el estigma de la mujer objeto sexual, como en el mercado de las esclavas cuando eran las rubias eslavas, eslavonas y esolovenas las ofertadas; y porque seguimos pensando a la mujer en todos los colores, como las sirvientas por antonomasia: cualquier parecido con la actitud de los arrogados herederos de las víctimas del holocausto nazi, que ahora lo hacen peor y con licencia mediática de santidad, en contra de los palestinos...Y en esto, creo que no es pura coincidencia, pues detrás de ello opera la estupidez humana de la venganza simbólica, virulenta y violentadora como cualquier otra.
Yo opino diferente, porque al final del cuento y de cuentas, la mujer en general y la mujer afro, son presas del reencauche de dos modelos que no ven más allá de las narices demarcadas por la herencia del patriarcado monopolista del poder plata y del poder símbolo. Me extraña ver - por ejemplo en la foto - y sin ningún rubor, la presencia de una mujer de acciones y planteamientos humanistas como Belkis Arízala. Que humanamente edificante hubiese sido que en lugar del desnudo, donde se venden las curvas y las carnes que harán enriquecer la chequera de la Casa Editorial El Tiempo, se hubiese destacado a las mujeres afro, que no todas son portadoras de curvas con sello de despampanancia, pues las hay haciendo labores edificantes en distingos campos del saber y el hacer humano - que es lo que cuenta- sin ver el color del beneficiario en las barriadas de Cali, Cartagena, Barranquilla, Quibdó, Bogotá y cualquier lugar de la geografía nacional y mundial.
Hubiese sido un mejor ejemplo de didáctica social intercultural, el haber mostrado por decir algo en la composición del cuadro, a una Mabel Gisella Torres o a la señorita Pino, destacadas mujeres nuestras en las Ciencias Naturales y físicas puras de reconocimiento mundial, pero invisibilizadas por una sociedad que sólo tiene ojos para el morbo de las curvas desnudas y la venganza al estilacho de los enlatados norteamericanos y las telebobelas de siempre. Bonito encontrar en ese cuadro a Dorina Hernández Palomino la Pedagoga, con Mary Grueso Romero la poetisa y docente; a Rudelcy Cimarra Obeso y a Belkis Arízala, ambas trabajadoras de lo social, junto a Zulia Mena y María Isabel Urrutia, pero sin ánimos de venganza, la cual como decía Bourdieu, aunque sea simbólica no deja de ser encarnizadamente sanguinaria en sus propósitos, que es el fin último que subyace en el afán de aparente justicia simbólica, en la cual, la mujer es la que pierde sea cual fuere su pigmento en los dos extremos simbólicos de la puesta en escena: !Valiente manera de celebrar el mes de la mujer!
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