La ciudad y el caos

21 septiembre 2010

Así ha llamado el periodista Oscar Collazos esta columna donde recoge sus impresiones acerca del futuro que les depara a las megaurbes. Lean y comenten sus impresiones comparándola con la realia que vivimos en el día a día en nuestra ciudad.

La ciudad y el caos

Óscar Collazos. No me hago muchas ilusiones: los colombianos que vivimos en ciudades con más de un millón de habitantes tendremos que acostumbrarnos a vivir en medio del caos. Las ciudades seguirán engullendo las periferias rurales de antes y cada día cobrará más fuerza lo que Carlos Monsiváis llamó "la demasiada gente".

Como no se pueden frenar las migraciones del campo a la ciudad, estas se convierten en activos sociales del caos. Como no se hacen verdaderos esfuerzos para formalizar el empleo, se acepta como mal menor el sucedáneo de la informalidad. Es más barato para los empleadores, pero más caro para el Estado, que debe vérselas con su impacto. Y para los ciudadanos, que debemos modificar nuestros comportamientos, no en función de la convivencia humana, sino del instinto defensivo de los animales.

El modelo de crecimiento que nos hemos dado emula a las megalópolis existentes: Ciudad de México y Río de Janeiro. Bogotá está "invirtiendo" para tener, dentro de 20 años, 15 millones de habitantes. Los urbanizadores seguirán construyendo para ricos, pobres y estratos intermedios. Son ellos, y no los gobernantes, los que deciden a veces el modelo de crecimiento urbano, proporcional a sus ambiciones.

Los gobernantes hacen, en el mejor de los casos, el papel de administradores del caos. Muchos cogerencian su maquinaria empresarial. Se encuentran con un problema: la cultura ciudadana, que haría posible un mayor grado de convivencia, depende del mayor o menor equilibrio entre necesidad y solución satisfactoria, del equilibrio entre la sanción y la permisividad. "La demasiada gente" implica más soluciones: de transporte, de salud, de vivienda, de seguridad.

La calle es el espacio donde se trabaja, se sobrevive ingeniosamente y se delinque. Esto ha vuelto problemática la relación entre el derecho al espacio público y el derecho al trabajo. Con soluciones razonables y justas, tal vez se consiga que el derecho al trabajo no impida el ejercicio del otro derecho, aunque aquí sigan medrando los políticos inescrupulosos y los litigadores contra el Estado. Si no hay caos, no habrá votos ni honorarios.

En lugar de rebajar la desproporción entre "la demasiada gente" y el espacio en que se desenvuelve, abrimos más la brecha entre el pequeño espacio privado habitable y el inmenso espacio público que "la demasiada gente" vuelve inhabitable. Lo habitable es cada día más caro y vive amenazado por el desplazamiento invasivo de lo inhabitable.

Las ciudades, que deberían haber llegado hace rato a sus límites, resulta que lo alargan: hacia la sabana y el valle, hacia los cerros y sus faldas, antes arboladas; hacia las periferias rurales; a lo largo, a lo ancho y a lo alto. Hace 40 años eran horizontales; ahora son verticales. Simbólicamente, nuestras ciudades no se acuestan; viven levantadas.

En Cartagena, por ejemplo, ya no se habla de Manga sino de Mangattan. La Boquilla será nostalgia por un antiguo corregimiento de pescadores, hoy asiento de grandes torres turísticas construidas en el frente de playa. El centro amurallado será hotel boutique y casona fantasmal. Se rellenan cuerpos de agua y no se mejoran las condiciones de los tugurios; se expulsa a sus habitantes hacia las periferias para que quede terreno urbanizable. Mientras, el caos de "la demasiada gente" empuja hacia el centro.

Nuestra vida urbana puede humanizar el modelo, que es usurero. Pero como no puede y al parecer no quiere detener el avance de la "barbarie" (de la pobreza y su caos), se aleja y se amuralla para protegerse. El déficit de vigilancia pública sigue dando origen al exceso de vigilancia privada. En lo local y en lo nacional, no se reducen o eliminan las causas del "caos"; nos defendemos de sus efectos. salypicante@gmail.com

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