Tomada del periódico El Heraldo, agosto 12 de 1939, esta crónica retrata las costumbres de la época; la moda, las comidas, los detalles, las vivencias de una comunidad dispuesta a la diversión. Un homenaje del pasado a ese espacio dejado a la mano de Dios, sin nadie que se conduela de su deterioro, la llamada zona cachacal y su entorno.
Reseña Histórica sobre las populares. Barranquilla, que por su calor moral al trabajo hoy es sede del progreso nacional, tiene entre todos sus regocijos, dos fiestas tradicionales que son insuperables: La del Carnaval y la del taumaturgo San Roque. Todos los años el día 16 de agosto se celebra pomposamente en Barranquilla la tradicional fiesta del patrono San Roque y desde el 6 del citado mes, los bronces de la parroquia de la Avenida Boyacá, con sus alegres sones, anuncian el jubilo estruendoso que siente Barranquilla por la celebración de la fiesta de su santo patronal; la muchedumbre abigarrada asiste al templo en emocional apoteosis y dirige sus miradas hacia las naves de la iglesia para contemplar a la hermosa imagen de San Roque a quien consideran un enviado del SEÑOR.
LAS NOVENAS. La fiesta de San Roque Jacinto siempre ha sido luz y alegría en el alma de este pueblo; las abuelas antes, asistían a las novenas vestidas con ropa interior almidonada, paletó de zarazas y regencias, polleras del mismo género con colas que barrían el suelo; con zarcillos, cadenas y sortijas de plata y oro amarillo manufacturadas en la valerosa Mompox; con babuchas sabanalargueras de raso negro lustroso, con peinetones de carey y hechos en la Heroica prendidos en el moño y pañuelos de algodón anudados en el cuello.
En estas exposiciones de atavíos, habían rivalidades entre muchas viejas sandungueras, de las cuales sobresalían la negrita Zagarra y ña Santos la cachumba que se peinaban con gelatina y ostentaban una colección de argollas en los dedos; otras matronas de porte aristocrático y de sobresaliente donaire como Isolina Arévalo, la Bella Serrano y Lastenia Lafaurie, se ataviaban de acuerdo con su rango luciendo medallones, joyas preciosas, medias de seda, calzado de satín con mostacillas y toquillas de seda floreada y se distinguían por el suave olor de sus costosos perfumes.
LAS VESTIDURAS. Las muchachas honestas y rebosantes de salud, con cutis sonrosados sin artificios, vestían trajes largos hasta los tobillos de telas de raso, olancillos, batistas y linones de algodón; zapatillas de cambray o raso con muñas o hebillas de metal plateado o dorado, y medias de algodón o lino caladas; cabellos sueltos, agajados o recogidos en trenzas aromatizadas con enjundia de gallina mezclada con rosas, heliotropos y jazmines.
Los hombres maduros vestían pantalón blanco de dril con orejas donde prendían una hebilla de oro, camisas de estopilla con machetes, alforzas o bordados en la pechera, donde lucían botonadura de oro sujeta con cadena del mismo metal puños semiduros con mancornas de oro, chinelas con tacón de tafilete, cordobán o pana bordada y sombreros copones de jipijapa.
LOS JOVENES. Los jóvenes llevaban pantalones de angola blanca o a rayas, también con hebillas más pequeñas, camisas de Bretaña o bogotana de algodón, con pecheras tesas y lisas con botones de nácar u oro en la pechera y los puños; chinelas de pana o de lona con punteras de cuero o botines de becerro clavados, hechos por el maestro Venancio Freite, y sombreros de jipa o de fieltro.
Eran ejemplares raros en aquella época roqueña, don Juan Núñez, por vestir de dril blanco, con levita y botines del mismo género y corbata de hiladilla de algodón blanca, y don Pedro Mendoza, que vestía pantalón, chaleco y rabona de paño negro y sombrero de media calabaza.
QUEMADORES DE INCIENSO. Como miseros y quemadores de incienso se destacaban los ño Pedro Lubo, Segundo Alfaro, Félix Faroto, Clemente Barranquilla, Adan Polilla y Anastasio Pecho. Como camanduleras sobresalían, la Trina Ortiz, Esperanza Alfaro, Beneda Rios, Eloisa Conejo, Mariana Aparicio y Mercedes Cocá.
Entonces la pirotecnia era un poco escasa, y viejas y muchachas podían ver tranquilamente los juegos artificiales sin sufrir la desagradable sensación que causan los buscapiés en medio de las piernas.
Como solaz para las parejas de novios, había la casa de Simona Reales, quien vendía en aseadas totumas, un masato sin hielo pero muy sabroso, que los clientes mascaban con verdadero deleite; como cantinas para el pueblo, habían la tienda de los cubanos, la de Leopoldo Carrasquilla y la de ña Sandiego Bovea; las refresquerías eran mesas con botellas de chicha de arroz sazonadas con canela, hojas de lima y clavos de olor, corchadas con papel de color picado en forma de perendengues, ollas de barro conteniendo guarapo de caña dulce servido en totumitas; y para refocilar el estomago habían barracas donde servían pescado frito, pan relleno, butifarras y pasteles de masa con corona de arroz.
Los gladiadores para desbaratar cumbiambas y liquidar cantinas eran, el viejo Cacho, José De La Rosa, Juan Orozco, Domingo Díaz, Encarnación Camargo y ño Luis Rancho.
Cantores de guitarra eran, el mono Zamora, José María Fontalvo, el Doto Acosta, José María de Armas, Eladio boca de perro y el muy recordado repentista Catalino Llanos, hijo de ña Faustina que era el campeón de los cubanos.
CANTORES DE PORRO. Tenían fama como cantores de porro, Matea Quiroz, Dominga la mocha, Mercedes Palito y Concha la tabaquera. Los ases de la cumbiamba eran, Joaquín Camará retruqueando el tambor, el turco Pacheco, sonando las maracas y Joaquín Llerenas que con su gaita roqueña esparcía abigarradas notas que alegraban el espíritu de los bailadores y los ponían a hacer piruetas en contrapunto.
La calle de Cantarrana, hoy de Soledad, era el hipódromo donde los jockey Alejandro Cuadro, Esteban Gutiérrez, Rito y Antonio Ojeda, y Santos Molinares y Antonio boca de vaca, corrían sentados o parados en hermosos y briosos caballo en los que sobresalían el rosillo de don Demetrio Dávila, el castaño de Manuel Insignares, el moro de Gil Vásquez y la yegua del Mono Chombo.
Y como espectáculo sensacional, había la corraleja donde Melchor Molinares hacia proezas a caballo con su garrocha, y los émulos de Gaona y Belmonte, señores Arturo Aparicio, Julio Buendía y Martin Gato seco, con valor temerario, hacían poner los pelos de punta con sus arriesgadas suertes a cuerpo limpio, y después eran premiados con salvas de aplausos que les tributaba el conglomerado roqueño amante de los toros.
OTRAS EPOCAS. De acuerdo con el crecimiento de la arenosa, fueron cambiando las modas y costumbres, y surgieron nuevos paladines para la organización de la fiesta, de los cuales citamos a Pedro Meza y Atilano Cantillo, miembros de la comisión de toros y carreras de caballos, Juan Gonzales y Francisco de P. Sánchez, miembros de la comisión de actos religiosos, el dinámico Julio E. Gerlein, que consiguió establecer el derroche de fuegos artificiales, importado de países extranjeros, voladores que al ser encendidos formaban con sus luces, arcos iris en el aire y bombas que al estallar hacían trepidar la tierra y zumbar los oídos y formaban en el espacio una maravillosa y resplandeciente policromía;
y a Enrique Pinedo, espíritu selecto ajustado a todas las sensaciones de la vida, quien con fondos colectados en el centro comercial y manejados con honradez acrisolada, daba sensacionales números de fogata consistentes en barriles de pez rubias obsequiados por Ricardo Arjona, llamaradas que los muchachos saltaban con sorprendente agilidad aérea; impulsó los números de porro y cumbiamba, hasta el punto de hacer esta la diversión mas llamativa, porque la zona roqueña acudía allí a ver los festivos Pacho Jiménez, Alfonso Vengoechea, Agustín Núñez, José Ángel Benavides, Pepe Goenaga, Andrés Salcedo, Samuel Cabrera y a otros simpáticos muchachos mas, que con las chaquetas al revés, pañuelos rabo de gallo en el pescuezo, y aparejados con la Santa Farota, Isidora la candao, la mona cabuya, Plácida mapurito, Micaela la tres espuelas y Agustina la arrancarabo formaban en la rueda de la cumbiamba, estribaciones de antorchas producidas por paquetes de velas esteáricas con billetes en el centro, pero el numero súper de la creación de Enrique Pinedo, fue la construcción de salones para bailes populares, donde el sexo fuerte desde la A hasta la Z se confunde en estrecho abrazo con el enjambre de damiselas que van allí a hacer con su donaire y flexibles cuerpos, las delicias de la abigarrada muchedumbre que se establece en aquel lugar por espacio de ocho días.
HOY NO ES AYER. Hoy, por causas del pujante progreso de Barranquilla, y acatando su imperativo plan de pavimentación, la junta de festejos ha suprimido del programa los animados números de carreras de caballo y corridas de toros, pero en cambio ha creado los números del ratón, la vaca loca, carreras en sacos, cines, ruedas giratorias luminosas caballitos y el impresionante número de boxeo donde los muchachos con coraje félido y fuerzas sansonianas se empeñan en liquidarse mutuamente.
Ya las anticuadas barracas, mesas de chichas y tiendas deficientes, han sido reemplazadas por restaurantes para todas las exigencias de la gastronomía, refresquerías muy bien servidas y cantinas donde se encuentra bien helado a toda hora, desde el democrático ron blanco hasta la aristocrática champaña.
Respecto a la fiesta religiosa vemos cuando entramos al templo, que el interior es terso y decorado y de los arcos de las bóvedas penden con magia sutil, muchas hileras de bombillos brillantes como estrellas y resplandecientes como fanales, alimentados por energía eléctrica; un perfume de ambrosia llena todo el espacio difundiendo entre los fieles, el sentimiento de inefable gozo; los feligreses con vestidos arreglados a su posición social, oyen devotamente los oficios de la
Iglesia, y cuando salen de rendirle homenaje al Santo patrono, se quedan extasiados mirando el frente del templo, porque su iluminación aventaja el brillo de las riquezas de Ormuz, islas del golfo pérsico.
Después viene el maravilloso derroche pirotécnico: globos que se pierden de vista, van dejando estrellas y gusanillos luminosos que semejan al crisolito, al rubí y al topacio; cohetes que hienden el tranquilo firmamento dejando estelas de luz, y para cerrar con broche de oropel esplendor de la fiesta, viene el asombroso espectáculo de la quema del castillo. Es esa una pieza de verdadero arte pirotécnico: cuando lo prenden, aquello es una irradiación de astros multicolores; parece un volcán vomitando llamas policromas y en el centro de ellas, se ve resplandeciente la venerada imagen del milagroso San Roque que acompañado de su perro, como símbolo de fiel compañerismo.
Barranquilla, agosto de 1939
1 Comentarios:
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