Con este titulo se publicaran varias crónicas enviadas por Moises Pineda Salazar; son crónicas referentes a la génesis de Barranquilla. Esperamos su comentarios
El observatorio del Magdalena
Treinta años después, heme aquí, vacacionando en Barranquilla y acompañando al Padre Calixto Álvarez, señor Cura Párroco de San Nicolás, en la procesión del Corpus Christi; parado sobre el tendido de rieles en el Callejón del Progreso con el aire desgarbado de siempre. No sospechaba que a la muerte del Padre Álvarez sería yo quien le sucedería en el Curato de San Nicolás y que, con el paso de los años, el Observatorio del Magdalena en Barranquilla que el fraile había instalado en el extremo occidental de la terraza del templo, caería en desuso.
Condenado al olvido aquel privilegiado lugar destinado para la observación y la experimentación científicas, los equipos que él mismo, a sus costas, había importado desde Estados Unidos y Europa desaparecieron sin que nadie se diera por enterado de aquel crimen. Uno a uno, se esfumaron, primero el anemómetro de cazoletas que le servía para medir la velocidad de los vientos la cual quedaba registrada en el anemógrafo; luego la veleta que fijada en la cumbrera de la techumbre indicaba su dirección.
Después se evaporaron los barómetros de mercurio que indicaban la humedad del ambiente y los termómetros que hora a hora mostraban la temperatura, lo que le permitía al fraile hacer certeros pronósticos del tiempo atmosférico. Porque eran muy pesados y difíciles de bajar desde la azotea, terminaron arrumados cubiertos de telarañas, herrumbre y óxido, el Telescopio Ecuatorial de Mertz con el que en las noches observaba la Luna, Jupiter, Venus y Saturno y el de Círculo Meridiano de Repsold, que con su cromógrafo le permitían medir el tiempo sideral, el lapso del paso de las estrellas por el meridiano.
Nadie sabe donde fueron a parar los relojes de péndulo que encerrados en cámaras al vacío mostraban el tiempo solar medio, el tiempo sidéreo y el universal ni el Péndulo de Foucoult que con el resto de los equipos, teodolitos incluidos, le permitió establecer con exactitud que Barranquilla estaba a 10º 58’ 25” latitud norte, con una presión media de 756 milímetros, a una altura de metro y medio sobre el nivel del mar, con una pluviosidad de 830 milímetros promedio anual y una temperatura medial de 28.02º centígrados. La humedad, las cucarachas y la polilla acabaron con los innúmeros cuadernos de anotaciones en los que el Padre Álvarez iba registrando, minuciosamente, día a día, los cambios que observaba en el estado del tiempo en Barranquilla. Aquellos datos, sometidos a rigurosas pruebas estadísticas, le servían para hacer los pronósticos que diariamente publicaba en el periódico local y que eran de suma utilidad para el trabajo de los prácticos del puerto, los ingenieros de vuelo, los industriales y los comerciantes. Sin quererlo, el Padre Álvarez competía con ventajas con los editores del Almanaque de Bristol que, frente a lo acertado de las observaciones del fraile, quedaba como un catálogo de superchería y folclorismo. “Pedis in terra ad sidera visum”, había mandado escribir en el dintel, a la entrada del observatorio. La Iglesia esplendía. Y aunque el ruidaje de los carros a motor y la vocinglera batahola de los buhoneros hacia difícil que la feligresía se concentrara en la oración a ciertas horas del día, en las noches las lámparas hechas en bronce y cristal; el púlpito en madera con tallas de querubines forradas con laminilla dorada, cubierto con un techo en el que se extienden los rayos dorados que sirven de base a una paloma blanca que figura al Espíritu Santo y al que se accede a través de una escalera de las llamadas de caracol; el color ebúrneo del primer altar en mármol de Carrara que hubo en este país y las imágenes de bulto de San José, de La Inmaculada Concepción y del Santo Patrono que coronan el ábside que obsequió la familia De la Hoz, le imprimían al ambiente la majestuosa solemnidad propia de las catedrales en cualquier parte del mundo. Quizás fue aquello lo que hizo posible que las autoridades hicieran oídos sordos a la propuesta que les elevó el Doctor, Presbítero Don Pedro María Benito Revollo Del Castillo, solicitando demoler la Iglesia de San Nicolás a cambio de que el municipio cediera a la Curia la propiedad de los terrenos del Tanque del Acueducto, en la Calle Caracas, para levantar allí la Catedral de esta ciudad. Proponía que en el solar de San Nicolás se levantara la Plaza Mayor que Barranquilla nunca ha tenido, especialmente en aquel momento cuando los Masones, los Liberales Santanderistas, se fueron para el Prado a levantar sus altares y sus templos heréticos dejándonos a los Conservadores la vieja ciudad de los ancestros atravesada por la principalísima calle dedicada al Libertador de la Patria. Tal fue el odio de los francmasones, que a través de la mano de los comunistas, estuvieron a punto de materializar este propósito cuando incendiaron a San Nicolás y “La Prensa” el 9 de abril de 1948. En respuesta, la turba conservadora les incendió el Colegio de San Roque. Hoy, en esta tarde decembrina de 1966, achacoso y casi ciego, me ocupo en terminar el platillo de cucayo rociado con tinto que me ha mandado, al igual que todas las tardes desde hace diez años, una virtuosa mujer que aún no termina de llorar la muerte de su hijo, un prometedor jovencito que falleció en olor de beatitud mientras cursaba sus estudios clericales en el Seminario San Luis Beltrán. Escucho hablar del Novus Ordo. Dicen que soplan vientos dizque de renovación y que se vienen reformas Conciliares. Creo que no están lejos los días en los que no podamos echar al vuelo las campanas de nuestras iglesias sin ser acusados de perturbar la tranquilidad pública; de no poder sacar nuestras procesiones sin contar con el permiso de la autoridad civil, de tener que retirar nuestras imágenes de los parques y bulevares pues no faltará quien se queje de que ellas constituyen una ofensa a su sensibilidad religiosa. Lejos no está el día, y Dios nos coja confesados, en el que los Jueces de la República concluyan que esto de la religión es un asunto estrictamente privado… -¡Padre, corra..! ¡Acaban de matar a un hombre en la puerta de la iglesia! Estaba allí…tirado en el dintel…. Boca abajo y en medio de un charco de sangre… Es todo lo que alcanzan a ver mis cansados ojos nonagenarios. Como puedo, me sostengo y acudo a mi memoria para impartirle la fórmula de la absolución in artículo mortis…. -Ego te absolvo a pecatis tuis, in nomini patris, et filii, et spiritui sancti. Amen. Angelis ducant te in coelo.
1 Comentarios:
Excelente crónica sobre no solo sobre el odservatorio sino tambien sobre una reliquia
para Barranquilla com es la Iglesia de San Nicolas donde asistí cuando niño a misas llevado
por el colegio.Muy buena descripción.
Publicar un comentario