Así denomino el columnista Alberto Salcedo Ramos esta disquisición acerca del ser Caribe. Creemos que es un buen punto de partida para aquellos que se creen mas caribes que otros porque maman frías y juegan domino a la lata mientras atiborran el éter de música a too volumen. Esperamos sus comentarios. Columna publicada por el periódico El Heraldo
Por Alberto Salcedo Ramos. Una vez le oí decir a Juan Gossaín que el Caribe se lleva por dentro, no por fuera. Se refería a quienes creen que mientras más alto griten o más pregonen su ‘bacanidad’, son más Caribes.
Muchos pretenden que el Caribe sea una patria única, homogénea, donde todos bailemos y sintamos del mismo modo. Algunos de quienes piensan así consideran apátridas a quienes, como yo, detestan la música champeta. Son los mismos que en tono histérico le gritan ‘cachaco’ a quien se pone una camisa negra como la de Juanes.
Se llenan la boca diciendo que el Caribe es una patria cultural única, más importante que la patria política trazada por la cartografía, como si no entendieran, o no quisieran entender, que ese Caribe que les parece un cuerpo uniforme es en realidad un ente disímil, plural, que nos impone la tolerancia como requisito para el entendimiento. Un Caribe de Riohacha dista mucho de un Caribe del Golfo de Morrosquillo. La diferencia no les quita el derecho a la gracia del mar. Cada quien la vive a su modo y ninguno de los dos es más Caribe que el otro.
Noto que en nuestra Región hay muchas voces que proponen un discurso sobre el Caribe que no está basado en la pluralidad sino en la reproducción del mismo modelo centralista, excluyente, que con tantos golpes de pecho criticamos: así, Barranquilla y Cartagena son la médula, y lo demás es periferia.
Confieso, además, que me parece de un simplismo insultante el cliché según el cual el Caribe es un territorio de benevolencia sin par, en el que no cabe la maldad humana porque el vaivén de la hamaca no la deja prosperar, o porque el cielo siempre azul y el panorama despejado de montañas forjan mejores personas. Me parece una visión ingenua e irresponsable, que nos ha hecho mucho daño porque nos ha quitado la capacidad de autocrítica.
Todavía a estas alturas oye uno a ciertos paisanos consolándose con la idea de que la violencia no es un asunto intrínseco de nuestro ser sino una plaga que nos llegó desde otras tierras. Cerramos los ojos para emborracharnos mejor con nuestra propia soberbia, y cuando los abrimos teníamos los campos llenos de asesinos que cortaban cabezas con machete, exactamente como ocurría en el resto de Colombia. Y no es que estos bárbaros hayan proliferado en nuestras tierras por obra y gracia del Espíritu Santo: fueron promovidos por gente de nuestra región.
El año pasado, un jugador del Junior mató a un hincha irrespetuoso. El hincha fue intolerante con el jugador caído en desgracia. El jugador fue intolerante con el hincha desadaptado. Y los dos generaron una tragedia que a estas alturas ya no debería verse como algo aislado sino como un hecho ligado a una tendencia alarmante: la de usar el desparpajo no para celebrar la vida sino para canalizar las frustraciones y agredir al prójimo. Sería interesante que alguien buscara en los archivos de prensa las noticias relacionadas con bromas que, en los últimos años, terminaron en muertes o, por lo menos, en riñas. Estoy seguro de que nos llevaríamos una grandísima sorpresa. A fin de cuentas, seguir creyendo que ‘Caribe’ es sinónimo de ‘bacanidad’ no me parece ‘bacano’.
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