Y continua la Fundación Carnaval de Barranquilla dando palos de ciego. Ahora parece que se les fue la mano con una de sus campañas que restringe muchas de las cosas que hacen delicioso el goce. La periodista Lola Salcedo Castañeda en su columna El Detalle publicada en EL HERALDO comenta al respecto,
¿Carnaval para qué?
Carnaval es, en sí mismo, sinónimo de trasgresión de la normativa de la sociedad, donde se permite que lo de abajo pase arriba y viceversa; es posible la mezcla infinita de clases, creencias (políticas y religiosas), razas, géneros y sexos; y se abre paso a la imaginación como único poder con capacidad de intervenir y ser aceptado. De modo que percibo en ese eslogan que rueda uniéndolo a la cultura ciudadana, una pretensión de disciplina, milimetría y cuadriculación que resulta contradictorio con el Carnaval y muy distante de la actitud relajada, no agresiva y tolerante que es característica del carnavalero auténtico.
Otra cosa son los que aprovechan esa fiesta cultural para hacer el gran negocio, como fue el caso de los espumeros el año pasado (de irrepetible circulación), porque con la estúpida teoría de que esa porquería no hace daño volvieron miseria hasta a los grupos folclóricos de tradición —verdaderos reyes y sostenedores del Carnaval (no lo olviden)— y se destapó una agresiva guerra en palcos y calles a lo que no estábamos acostumbrados. Fuera la espuma, bajo penalización dura.
Aparte de ese comportamiento desgraciado, creo que: disciplina: mata carnaval. Organización: aniquila imaginación. Milimetría: acaba espontaneidad. Cuadriculación: anula trasgresión. Y el resultado va siendo una fiesta donde algunos visten trajes folclóricos y otros disfraces, un espectáculo parecido a un carnaval pero distante de todas sus tradiciones, usos y costumbres. Encontrar el equilibrio será de premio Nobel.
Ahora bien, disciplina, organización, milimetría y cuadriculación son perfectos y necesarios elementos para el éxito de los desfiles militares y los llamados ‘parades’ en los Estados Unidos, que son espectáculos para admirar pero no admiten la participación del público más allá del aplauso. Y nuestro Carnaval, a mi humilde entender y soñar, no es tal sino admite la intervención, importunación, indiscreción y descaro del público in situ, irreemplazables condimentos para ese exquisito plato cultural.
¿Contradictorio? Claro, ese precisamente debe ser el objetivo: lograr hacer coincidir los sueños, deseos y locura de la mayoría con las necesidades de seguridad y logística que exige su puesta en escena, sin sacrificar lo primero por lo segundo. Ese es el gran reto; y la fórmula está en los proyectos del Plan Decenal aprobado por la Unesco, que fue resultado de la mayor concertación posible entre gente tan suya en sus ‘cadacualunadas’ como los hacedores del Carnaval.
Estas campañas y otras perlas como el manejo de grupos folclóricos, palcos, espacio publico y demas, saineta anual que antecede a los cuatro dias de carnaval, dan la imresión - y estoy en eso - de que muchos de los asesores de nuestras fiestas son hijos de aquellos que otrora se marchaban, huyendole a la maizena, al agua, al desorden, al ron, al manoseo, al baile, a la quemada de esperma, a la amanecida en cualquier bordillo, a las sopas de guandú recalentaas, a las plebedades de las letanías, a las iguanas que cargaban los congos, a los manes disfrazaos de muje y un largo etcetera, a playas privilegiadas. Se acostumbraron a un Carnaval mediatico, que solo apreciaban de manera anodina en imágenes repetidas a los ochos días, como una telenovela de la vida irreal.
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2 Comentarios:
Personalmente disfruto las muestras folcloricas y las danzas nacidas de nuestra tradicion, pero detesto el desorden originado por el licor. A todos no nos debe gustar la "plebedad". Arriba el folclor, la danza, la expresion cultural... Abajo el carnaval! son dos vainas muy distintas que desafortunadamente han querido confundir.
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