* Barranquilla, ¿cuál cultura?

16 marzo 2016

* Diego Marín Contreras aclarándonos desde su trinchera el comportamiento tenido para con nuestros ilustres intelectuales cuando pasaban física hambre y eran visto como animales raros; hoy sacamos pecho

A comienzos del siglo XX, los notables de la ciudad se oponían abiertamente a que se abriera una biblioteca pública en el centro de la urbe. Obvio, a ninguna élite le ha convenido jamás que el pueblo piense, y los libros, ya se sabe, son el lobby del hotel del pensamiento. Una centuria más tarde, la palabra ‘biblioteca’ ni siquiera aparece en el Plan de Desarrollo del Distrito. Barranquilla, ¿capital de cuál cultura?

Ahora todos vamos a bordo de la carroza de la fama de García Márquez, en un carnaval que oscila de lo cursi a lo patético, pero cuando Gabo vivió aquí como un ilustre desconocido, en la década de los cincuenta del pasado siglo, prácticamente pasaba hambre, y hasta Cepeda se preguntaba quién era “el maluco ese”. Meira, él mismo lo cuenta en sus memorias, lo invitaba a comer delicias árabes. Por cierto, hoy todos celebran a Meira Delmar, pero en los treinta y seis años que pasó dirigiendo la Biblioteca Departamental los sucesivos gobernadores la ignoraron con minucia, como lo demuestra el abandono en que fue cayendo ese centro bibliográfico. Es más, alguna vez fui testigo de cómo la Ministra de Cultura de turno daba alaridos preguntando por sus amiguitos al público presente. Le contesté: “no, ellos no han llegado, pero aquí está Meira Delmar, ¿usted sabe quién es?” Ay, entre tantos rostros de poliéster, de gente que oye sin oír y mira sin ver, ¿cuál cultura?

Luis Eduardo Nieto Arteta, filósofo barranquillero, se suicidó a dos cuadras de la mencionada biblioteca porque no tenía con quien hablar. Al también pensador Julio Enrique Blanco la élite, seamos francos, lo consideraba “un viejo loco”, fenómeno similar ocurría con el profesor Alberto Assa. Porque esta ciudad no es fenicia, eso es mucho elogio: más bien, es una plaza de mercado que no ha salido jamás de la economía del trueque, de la moral del agiotista, y sus relaciones sociales de producción ni siquiera son feudales, sino claramente esclavistas. Es célebre la definición que Aristóteles dio de los esclavos como “herramientas parlantes”. Aquí, en no pocas empresas, ni siquiera pueden hablar. ¿Cultura? ¡Agarra la de ron!

En una ciudad con semejantes señas particulares es inconcebible que se le reconozca mérito alguno al trabajo intelectual, que supone un esfuerzo y una disciplina sostenidos durante décadas, no en pos de la adquisición de poder, dinero o símbolos de estatus, sino por el profundo placer de arribar a nuevos puertos del conocimiento humano. Los que hemos dedicado la vida entera a este tipo de búsquedas no tenemos lugar en esta sociedad, y lo sabemos, pero aún así estamos empeñados en prestarle el servicio de aceitar con diésel de pensamiento, con miel de la sensibilidad, las protuberantes fallas de su inhumana maquinaria social. Sin embargo, ¿cuánto gana un maestro?, ¿cuánto gana un escritor? La respuesta a ese tipo de preguntas es la definición precisa del tamaño de nuestro atraso. ¿Cuál cultura?

Vi cometas el otro día. Recordé cuando las hacíamos y las veíamos volar en el cielo de la tarde. Eso es tan parecido al hermoso sueño de la cultura: vuela, vuela…, no te hace falta equipaje.

Por: Diego Marín Contreras

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