Obregón, 100 años

04 junio 2020

Hace mucho tiempo, cuando en esta ciudad existían galerías, si, GALERÍAS, así en mayúsculas, en la de Avianca que quedaba ahí en la esquina de la 72 con carrera 58 en un ciclo de conferencias programadas junto a exposiciones fue invitado el maestro Obregón. Imagínate tú, uno en Bellas Artes, todo afiebrado y llega el más del color a tirarnos línea.

Asistimos temprano y esperamos la llegada del maestro. De pronto, murmullos, correndillas, todos pilas y ahí estaba él subiendo las escaleras que llevaban a la galería. No recuerdo como estaba vestido pero si cuando nos acercamos a tener un recuerdo suyo, un autógrafo sobre lo que fuera.

Corrían los 80 y además del carboncillo me había afiebrado en el uso de tintas y con la ayuda de un ¿estilógrafo? ¿marcador fino?, unos no sé cómo llamarlos pero que me parecían del carajo para dibujar. Eran unos plumigrafos plateados, pequeños, de punta fina y húmeda. Con ellos tiré buena línea en una época donde el grafismo intentaba sobresalir y quedaban rezagos de esos collages de la época de las flores. Hoy, hay artistas que hacen lo mismo y gana cualquier cantidad de dinero. Pero eso es otro cuento.

¡Maestro! ¡Maestro! Grito. En medio de la aglomeración voltea y me pide los utensilios donde y con que firmar. Le paso de rapidez un sobre pequeño y el plumigrafo. Lo mira, lo repara y dice algo así como que era una herramienta para mariquitas. Para corroborarlo firma con toda sum fuerza sobre el sobre su afamada firma y la punta del plumigrafo se dobla. Me los entrega con una mirada condescendiente, como diciendo, viste. Guarde por un tiempo el Pentel y por ahí en todos esos papeles que forman la concha del caracol debe estar un sobre con la firma del Obregón

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