Hoy nuestro columnista invitado nos habla acerca de ese apego incondicional que mantenemos con las redes y esa duda que a veces nos llega, querer saber si nos oyen, si nos leen o que?
Homo Sapiens: Historias de zombies y fantasmas. Por: Atouk. Cruzo por un otoño peregrino que me lleva de sur a norte, de norte a sur, por nuestro inmenso continente. Sentado en salas de espera, mal durmiendo en miserables asientos de avión, confundiendo números de cuarto en los hoteles, me hago más y más adicto a las redes sociales, como vía de contacto con el mundo de los seres queridos, de los extraños que se vuelven cercanos, de los olvidados que regresan a la memoria.
Y surgen las inevitables reflexiones. Creo, igual que otros, que es posible que estemos participando en el mayor engaño colectivo de la historia: el de la ilusión de que siempre hay alguien por ahí que nos escucha.
Interconectados en la galaxia difusa de la red, vamos sumando decenas, centenas o millares de amigos en Facebook, a quienes en realidad jamás vemos. Peor aún, contamos los seguidores en el Twitter como si se tratara del número de discípulos o apóstoles que suman puntos a nuestros índices de popularidad personal, cuando en realidad entramos a una dimensión de hiperinformación en la que ya nadie escucha nada, ni procesa nada, de tanto escuchar a todos.
Es lo que, recientemente, mi querido amigo Alejandro Páez, subdirector del periódico mexicano El Universal, ha descrito, con brutal puntería, como búfalos embistiendo al sol: “Búfalos dando cabezazos al vacío. Demasiadas letras sin rumbo. Demasiada prisa. Como en la tele, mucha prisa por decir nada. Golpes de efecto.”
Coincido con él. Sí, somos millones de autistas que creen dialogar, cuando en realidad la sobresaturación informativa, cortesía de internet, sólo ha servido para crear un monólogo que se multiplica al infinito. Estalla, se disemina y muere en cuestión de segundos.
Sin embargo, aquí seguimos, mirando las pantallas sin cesar, buscando conexiones wi-fi en cualquier sitio, miles y miles de individuos ansiosos de que su voz encuentre albergue —aunque sea temporal— en alguien, cercano o lejano (que ya da igual), en este espejismo cibernético que nos crea la ilusión robertocarlosiana de tener al alcance un millón de amigos. Noticias, vidas, gritos y susurros que se atropellan en una laptop, en un iPhone, en una Blackberry, en un iPad.
Estamos más conectados que nunca, se supone, pero sólo para evadir la realidad: vivimos tan desconectados como siempre. Somos fantasmas en un hoyo negro que se disfraza de constelación brillante. A fin de cuentas, resulta que luego de haber degradado a Plutón al eliminarlo de la lista planetaria, ahora un astrónomo australiano dice haber encontrado un nuevo planeta en nuestra galaxia. Así, todo en esta vida acaba siendo relativo, siempre.
¿Será por eso que los zombies se han puesto tan de moda últimamente? Ya se organiza, incluso, una marcha zombie en la Ciudad de México. No es descabellado: quizá sea un homenaje a nuestros rituales de comunicación cibernética, a la sustitución de un abrazo por el bb Messenger, al cambio de un pastel de cumpleaños con velitas por un avatar colgado en el muro de Facebook, a la sustitución de conversaciones, tequila en mano, con ráfagas de poquitos caracteres a través de Twitter.
Sí, hoy todos hablamos al mismo tiempo, pero ya nadie escucha. Yo prefiero, como Chavela Vargas, morirme en el escenario, en vivo, pero que no sea en fin de semana para no joderle la vida a nadie, luego de que al menos un lector haya leído estas líneas.
Tomado de: REVISTA ESQUIRE LATINOAMERICA – NOVIEMBRE 2010